Me he pasado el día leyendo artículos de libros y escuchando canciones. Bajé a mirar a la librería de Huérfanos si había algo que me llamara la atención, pero no encontré nada.
En la mañana un amigo me envió un mensaje diciendo que siempre sería su hermano y que me quería mucho. Se lo respondí con el gran cariño que le tengo, supongo que le pasa algo malo, pero no tengo certeza. Espero que no sea así. No lo llamé porque así funcionamos. Él es un tipo distinto, un iluminado. Se manda cagadas muy interesantes, con un rollo sicológico impresionante. No es un simple mortal y eso me gusta. Es justo rodearse con gente compleja. Con tipos que no se agarran a combos porque le miran a la tipa. La gente que arma historias sin darse cuenta, que rompen el ciclo normal de la realidad, esas son las que me gusta visitar. Aunque por lo general no me gusta trasladarme más de 10 kilómetros para reuniones de horas. Me carga manejar.
Hace un rato sentía que no hacía nada y ahora escribo y me queda muy bien, pero no me importa. Nunca hice algo por los demás. Hago canciones, escribo textos, grabo videos y preparo papas en todas sus formas. También juego Winning Eleven y veo fútbol. Y no lo hago buscando la aprobación de nadie, no me importa la crítica más de una hora y media. Y eso es muy poco tiempo. Siempre hago cosas para que no funcione cuando ya veo que está todo resultando de maravillas. Es recomendable hacer más de una cosa. Escribir y grabar. O vender seguros contra incendios y leer.
Tenía una amiga que trabajaba en algo que la única alegría que le daba era cuando le daban una semana de vacaciones y podía viajar con esos planes de agencias para el Caribe, Brasil, México o Miami. Pasarse 330 días estresada por 40 de de alegría no vale la pena. Y no son ni cuarenta, ahora que lo pienso. Pero así es el mundo occidental. Del dolor se aprende decían los idiotas. Y el sistema les da dos tragos por uno para que no se den cuenta que no tienen vida.