Escuchaban un disco en español cuando ella lo llamó. Pero él ya estaba con ella que no era ella. Un enredo que se solucionaba no contestando el teléfono, cosa que no hizo. Ella le dijo que lo echaba de menos y que esperaba terminar pronto sus exámenes en la universidad para verlo. Él se fue al patio para que ella, que no es la misma que llamaba, no escuchara la conversación. Pero con irse a responder una llamada muy lejos de casa quedaba todo más que claro para ella. Pero él no lo pensó, sólo quería salir del paso.
Él trataba de cortar el celular sin hacer sentir mal a la muchacha y a sus exámenes. Siempre tratando de ganar el muy imbécil. Pero ella, la que estaba en casa, se dio cuenta de todo y empezó a gritar. Ella, la que estaba al teléfono, preguntó por los ruidos que escuchaba. Él le dijo que la llamaba en un minuto, que parece que su vecina tenía problemas.
Ella le dijo que tomaba sus cosas y se iba. Él le dijo llorando que la amaba. Ella le creyó, pero le dijo que no estaba para compartir su corazón. Y él indignado le aclaró: “El problema lo tengo yo. Soy yo quien comparte su corazón, el que está entre la espada y la pared”. Ella se sintió culpable y le pidió disculpas. Él las aceptó porque no es rencoroso ni mala persona.