domingo, 17 de enero de 2010

EL DÍA QUE CONOCÍ A JOSÉ ANTONIO


Era una noche fría en Santiago. En un bar, de esos onderos, tocaba De Saloon. Era un concierto transmitido por la Radio Horizonte. No recuerdo el valor de la entrada, tenía conocidos que estaban con la banda. Yo había editado un disco en el mismo sello de ellos, creo. Algo así era la cosa. Cuando entré dije mi nombre y pasé. Me topé con personas conocidas cada tres pasos. Me sentía incómodo de todos modos. Me paré, antes que comenzara el show, y vi a Felipe. Estaba solo, con guantes y un abrigo blanco. Me saludó y nos quedamos conversando. Hablamos mucho, de cualquier cosa. Él es muy distinto a lo que la gente piensa. Al menos, en esa época de su vida era un tipo tranquilo, bueno para conversar, tímido a ratos y no hacía nada que pareciera un exceso.

Cuando terminó de tocar la banda subimos a una terraza del local a saludar al grupo. Ellos son de Concepción al igual que Felipe. Arriba estaba lleno. No quedaba espacio. Felipe miró con más cuidado hasta que vio a su hermano menor junto a un amigo. El menor de los Avello llevaba mucho rato ahí, nunca le interesó ir a ver a la banda, estaba en su onda. Nos sentamos con ellos; Felipe, al rato, llamó a un taxi y se fue a su departamento. A los minutos sonó mi celular, era Felipe que me llamaba para decirme que tuviera paciencia con su hermano, que era un poco hiperventilado. Yo no entendí qué quiso decir, sólo escuché y le dije que estuviera tranquilo.
José Antonio tenía un desplante enorme. Nada lo avergonzaba. Era un tipo transparente. En dos minutos me contó más de su vida de lo que yo le había contado a mis amigos en diez años.
Después, bajamos y bailamos con unas niñas, a nuestro lado estaba Palta Meléndez, un humorista chileno. Todo era muy divertido.

José Antonio bailó a Michael Jackson en el medio de la pista, hizo todos los pasos. La gente miraba el espectáculo, lo disfrutaban. Cuando salimos yo me quería ir a dormir y José Antonio, con su amigo, proponían ir a un sitio que no recordaban dónde quedaba. Les dije que a la vuelta había una disco de música "negra". Fuimos. El menor de los hermanos Avello comenzó a conversar con unas inglesas sin hablar una gota de inglés. A la media hora cada oveja tenía su pareja. Yo estaba pololeando y me sentía culpable, pero esa noche fue lo más parecido a una buena película que había vivido. El guión lo armamos en el camino y todo salió bien. Muy bien. Esa fue la noche que conocí a José Antonio Avello Suazo, el mismo que murió atropellado en una carretera de la séptima región.